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Sábado - 20.Abril.2024

Nuevo año: momento de mostrarse optimistas o pesimistas

José Enebral Fernández
Al comenzar un nuevo año, solemos mostrarnos optimistas (unos) o pesimistas (otros) respecto del futuro, y este año 2010 tal vez con más intensidad, dada la presencia de la crisis económica en el debate público; pero no perdamos la objetividad.

El nuevo año 2010 se nos muestra tan significativo en la evolución de la crisis económica, que suscita expectativas de distinto signo: optimistas y pesimistas. En general y en las organizaciones, parece cultivarse el optimismo por su efecto estimulante, pero no habríamos de perder de vista los obstáculos y las dificultades, mucho menos en la crisis que vivimos. Las empresas parecen comenzar el año con la esperanza de que llegue pronto el futuro deseado y quede atrás lo peor; pero también son conscientes de que su particular futuro depende de ellas mismas en buena medida.

La mejora sensible de la productividad y la competitividad, con o sin crisis, sigue siendo una asignatura pendiente; pero en los párrafos que siguen no reflexionaremos sobre las crisis generales o particulares de las empresas —démonos un descanso en estas fechas—, sino sobre el optimismo y el pesimismo en las empresas.

Hay diversas lecturas del optimismo; las hay sobre todo en el mundo empresarial, en que realismo y objetividad, prudencia y cautela, deben igualmente cultivarse. Siendo, por gratificante y motivador, más deseable el optimismo que el pesimismo, habríamos de asegurar la más idónea presencia del primero, sin erradicar quizá del todo el segundo... Convengamos, para el desempeño profesional, el mejor significado de estos significantes; saboreemos un optimismo sólido, efectivo y alentador, en beneficio del alto rendimiento.

Prestigiosos expertos, fuera y dentro de nuestro país, han abordado el tema y no faltan razones para hacerlo: cualquier elemento que a la vez mejore efectividad y satisfacción profesional, merece atención. Tras más de 30 años en una gran empresa, creo haber cultivado algo más el pesimismo que el optimismo; pero formularé aquí mi propio punto de vista sobre la presencia de este último en la actuación profesional, y sobre su contribución a la consecución de metas. He consultado, también y por cierto, numerosas citas sobre el tema y me he quedado con una que se atribuye a Churchill: “Un optimista ve una oportunidad en cada calamidad, un pesimista ve una calamidad en cada oportunidad”. También me gustó, del historiador francés Guizot: “Los pesimistas no son sino espectadores; son los optimistas los que transforman el mundo”.

Podemos ser optimistas como forma de ser, o serlo ante unas situaciones específicas y no ante otras; podemos serlo para ver el lado bueno de hechos ya acaecidos, o bien para nutrir favorables expectativas de futuro, ya sea próximo o lejano; podemos ser optimistas como meros espectadores, o serlo sobre nuestros propios resultados individuales o colectivos; podemos, ante un caso determinado, ser optimistas de verdad, o fingir que lo somos; podemos relacionar el optimismo con la esperanza, y también con la confianza en lo que hacemos, la perseverancia, la iniciativa... Se trata de una forma positiva o favorable de ver las cosas, aunque éstas no suelen ser como las percibimos a primera vista.

He sido testigo, como puede haberlo sido el lector, de la distorsión con que solemos percibir los hechos y las posibilidades en las empresas, así como de las frecuentes muestras de optimismo que se despliegan, con distinto fundamento e intención. Podríamos hablar de optimismos propios, de otros inducidos, de intentos vanos de inducir optimismo, de optimismos y pesimismos colectivos... Conocí, por ejemplo, una proclamación corporativa de valores y estilos de actuación, en que una gran empresa incluía el “orgullo de pertenencia”; aquello, en aquel caso específico, me pareció un posible exceso de optimismo (luego, en una revisión posterior, se hablaba ya de “espíritu de pertenencia”).

Aunque vemos el optimismo como positivo y el pesimismo como negativo, también aparecen enseguida en escena términos asociados tales como perseverancia, entusiasmo, objetividad, perspicacia o intuición, al explorar las realidades y oportunidades, y posicionarnos ante ellas. Queriendo ser pragmáticos, podría pensarse que ni optimismo ni pesimismo, que seamos simplemente realistas. Pero esta legítima actitud no resulta quizá muy realista, porque casi siempre se nos escapa una parte de la información, y porque además lo que llega a la conciencia son percepciones a veces muy desdibujadas y complejas.

Hay que insistir en que cada individuo percibe las cosas a su manera. Por una parte, el cerebro tiende a rellenar huecos a su albedrío cuando le falta algún dato; por otra, la educación, las creencias, el ideario, las experiencias, nos hacen ver las cosas de modo muy particular; y aún mas: los intereses, los deseos, las inquietudes, también distorsionan las realidades. En suma y como bien sabemos, tenemos una visión bastante parcial (por incompleta y casi nada imparcial) de la realidad, y así, ante el mismo suceso y por ejemplo, una persona puede mostrarse optimista, y otra pesimista; e incluso la misma persona puede verlo de forma distinta en diferentes circunstancias y estados de ánimo.

Y hay que decir también ya que, sin el buen juicio, sin la capacidad de análisis y síntesis, sin el conocimiento suficiente, sin el pensamiento crítico, sin un esfuerzo de objetividad y realismo, el optimismo no resultaría muy eficaz, aunque tenga a menudo un incuestionable efecto motivador. Es verdad que estamos ante un catalizador (entre otros muchos) del éxito, y que desde luego no cabe pensar en un emprendedor pesimista; pero, para que la actitud optimista lleve al resultado esperado y como bien sabemos, ha de tener suficiente fundamento, y acompañarse de los esfuerzos debidos. Enfoquemos el concepto. Hemos hecho ya referencia a la dimensión temporal, en el despliegue del optimismo:

§ Interpretación favorable de los hechos cotidianos (presente).

§ Confianza visible en una favorable evolución de acontecimientos (futuro).

También podría hablarse del pasado, pero simplifiquemos. Martin Seligman, padre del movimiento de la psicología positiva, nos ayuda a identificar y medir diferentes aspectos del optimismo sobre los hechos cotidianos y también sobre la percepción del futuro, y hasta nos recuerda que contribuye a la felicidad y la longevidad; no lo perdamos de vista, pero tampoco olvidemos que, en la empresa, hemos de ser lo más objetivos que podamos en relación con lo que sucede, y dotarnos de proactividad para asegurar los logros perseguidos. O sea, hemos de ver las realidades como son (lo que nunca es del todo posible), y provocar que las cosas evolucionen favorablemente. Se ha de contemplar, sin duda, un específico significado del optimismo, adaptado al marco empresarial.

No podemos obviamente influir sobre todo lo que ha de ocurrir en la empresa, pero sí sobre lo que nos corresponde dentro de la organización, y quizá sobre algo más. Daniel Goleman nos recuerda que una expectativa de éxito resulta más energizante que la desconfianza o el temor al fracaso, que por el contrario parecen agarrotarnos. En su despliegue de competencias emocionales, este autor emparienta la iniciativa y el optimismo, y nos dice que las personas optimistas se muestran resistentes a los obstáculos y adversidades; que actúan con confianza en los logros; que aprovechan las oportunidades… En la empresa, el optimismo parece resultar alentador, estimulante y aun catalizador del compromiso.

En efecto, podemos conectar también el optimismo con la proactividad de que nos hablaba Stephen Covey, al describir sus hábitos para la efectividad. Como sabemos, la proactividad se nutre, entre otras fuentes, de la expectativa de logro con que hemos de asumir el protagonismo de nuestras vidas. Esta conexión nos recuerda igualmente la presencia de la autoconfianza, situada en un punto óptimo del trayecto existente entre el miedo y la arrogancia, casi en pleno centro, y próxima a la seguridad y el buen humor (es que tengo dibujado un mapa...).

En suma, el optimismo parece emparentado con la seguridad y la confianza en nosotros mismos y en los demás, con la iniciativa, con la proactividad, con el entusiasmo, con el afán de logro, con la esperanza, con la expectativa de éxito, con la resistencia a la adversidad, con la perseverancia, con el compromiso, con la calidad de vida…, y aun con la intuición: una familia muy numerosa, sí. Y debe además llevarse bien con elementos como el pensamiento crítico, la objetividad, la perspicacia, la prudencia, la perspectiva o la reflexión. El lector añadirá algún pariente más, próximo o lejano, a esta sinergia de fortalezas personales: quizá el ya referido buen humor, la fe... A esta familia no pertenecería, tal vez, la complacencia; ni la pusilanimidad, el escepticismo o el pensamiento negativo.

Contribuye, en suma y si bien entendido —se habla, a veces, de optimismo inteligente, de optimismo realista, etc.—, tanto a nuestra efectividad profesional como a la calidad de vida en el trabajo. A la efectividad porque, además de que toda esta familia de fortalezas resulta motivadora y energizante, el optimismo propicia el mejor despliegue del resto de rasgos competenciales del individuo: viene a ser un activador de recursos y de perseverancia; a la calidad de vida, porque somos más felices contemplando el lado positivo de las cosas, sin perder por ello conciencia de los riesgos, inconvenientes, dificultades, etc.

Hablemos también del pesimismo. Hay que decir que el pesimismo, aunque a veces parezca un pecado profesional, no es tan fiero como lo pintan, y que incluso hay quien habla de “pesimismo inteligente”; pero está en verdad mal visto, por obstruccionista, porque se asocia al pensamiento negativo, y porque hace suponer una falta de eficacia y de felicidad. Obviamente, habríamos de distinguir entre el pesimismo habitual —como hábito— y el ocasional. Y, si caben grados o variantes del optimismo, también lógicamente del pesimismo: quizá uno de los más molestos pesimismos sea el de los agoreros, pero no olvidemos a los negativos, los quejicas, los escépticos, los aguafiestas… No obstante, no pocos fracasos se han consumado porque en un momento dado faltó alguien que hiciera emerger las dificultades subyacentes, que los optimistas no percibían.

Tal vez, en cada grupo de optimistas habría que infiltrar algún pesimista disfrazado (para no generar prevenciones); porque ambos juicios, ambos puntos de vista, pueden resultar precisos a la hora de evaluar una oportunidad, una solución, una decisión. Desde luego, ambas posiciones deben desplegarse con fundamento e inteligencia y no con frivolidad; pero también podemos, cada uno de nosotros y en cada caso, asumir ambos papeles: intentar ver con objetividad tanto el lado bueno, como el malo, de las cosas. Que 2010 nos resulte favorable a todos.


Contenido enviado por: Nordkom Empresas Profesionales
Etiquetas: economía
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Autor: José Enebral Fernández
Enviado porJosé Enebral Fernández- 05/01/2010
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